
Al escribir aquí, siempre suelo pensar o tener algo así como “la idea genial”, o la temática clara, para no estar dando jugo sobre algo que no tiene sentido. Ahora, precisamente en este momento, me doy la libertad para comunicarme sin la sutileza de arreglar el contenido, amoldándolo a un contexto o situación determinada.
Les cuento, casi como para un diario de vida, que mi vida ha estado en constante cambio desde principio de año. Casualmente llegué de estar viviendo una vida caótica y sin mucha esperanza de cambio, sin ayuda alguna ni socorro semejante; a una situación más controlada y estable cuando a mi madre se le ocurre consultar a un profesional, especializada en rendimiento laboral, para mejorar su desempeño en el trabajo y para cambiar un poco, la tónica que existía desde entonces en esa área.
Para hacer una investigación más acabada, el “profesional” (sicóloga), decidió entrevistar a parte de la familia, para poder integrar un poco las historias que se entrelazan en la vida de mi madre (en realidad, supongo que esa era la intención). Es por ello, que al tiempo de la primera sesión, mi madre, nos pidió, a mí y a mi hermano; asistir a una entrevista con ella. Primero fue mi hermano, y luego yo. Debido a la gran falta de comunicación en la familia, no supe que pasó con esa primera entrevista con mi hermano, así que prácticamente iba a ser inspeccionado y analizado a ciegas.
Recuerdo que la primera vez que me junté con ella, era un viernes en la tarde, después de una semana de clases, por el mes de Abril. También recuerdo, que en ese tiempo no sabía lo que era el descanso ni el cansancio. No sentía cuando debía de parar o cuando necesitaba comer. Tenía una vida más bien, acética/estoica y despojada de muchos placeres. Esa tarde, llegué un poco nervioso, pero con ansias de poder tener cierto desahogo con una sicóloga. Hace tiempo que no había tenido la oportunidad de estar con alguien que pudiese tener la capacidad de entenderte, escucharte y darte ciertas guías para encontrar respuestas. Fue como un oasis el encontrar una luz en el camino. Al momento de la sesión, me sentía, como un corredor cuando llega a la meta, quemando sus últimas calorías, y dando el último impulso antes de caer abatido por la fatiga de un arduo camino.
Cuando llegue, me recibió algo expectante, pues nunca nos habíamos visto antes. Nos saludamos y tomé asiento. Hablamos harto. Creo haber llegado a las cinco o cuatro de la tarde, para luego salir alrededor de las siete o casi ocho de la noche. No recuerdo muy bien de que hablamos, pero si recuerdo el camino que se empezó a entretejer.
Después de esa primera conversación, quedaron varias cosas en el tintero, que volvimos a discutir la semana siguiente. Lo mismo sucedió en la segunda sesión, un poco menos extensa. Así que, las “reuniones” siguieron a una tercera. Luego a una cuarta, y así hasta ahora, que se ha convertido, en algo así, como mi terapeuta.
Es curioso que cuando uno necesita algo, se le presente así tan de repente como si una magia la trajera del más allá. Creo que, con las cosas importantes, siempre me ha sucedido algo parecido.
Y bueno, desde el principio de año, que hemos trabajado, en lo que soy, en lo que hago, en lo que no hago, en lo que quiero y en todo lo que abarque mi personalidad. Ha sido algo interesante, pero muy arduo, cansador y de repente incomodo. No suelo ser una persona que hable mucho sobre sus problemas, y menos que demuestre muchos sentimientos, y menos a un extraño que vengo recién conociendo. Pero este caso fue diferente. No me costó sentirme acogido e invitado a entregar lo que dentro de mí llevo. Ha sido una experiencia realmente mágica, el ver que en el mundo existe gente que no es tan ciega, y que desea ver la realidad.
Es raro (palabra muy usada este año) el ver que las cosas que creemos, son la realidad más correcta. Digo esto, pues he estado acostumbrado a que todo el mundo me diga que estoy equivocado. Muy seguido suelo enfrentarme a personas que, acomodados en esta sociedad del parecer, me dicen que lo que hago no está bien. Que cuando estas triste tienes que llevar una sonrisa en tu cara, cuando estas enojado, no debes expresarlo; cuando piensas diferente debes de ocultarlo, etc. Y para que hablar de los cinismos que a diario uno enfrenta, especialmente cuando alguien necesita un favor de uno o desea cierta aceptación grupal.
Con el tiempo he aprendido a ver ciertas cosas con mayor recepción, pero me ha costado el no molestarme al ver comportamientos falsos en muchas personas que antes solía apreciar mucho. Ver, de repente, que lo que dice la gente no es lo que realmente hacen. Cuando uno opta por ser algo “inocente”, cuesta el darse cuenta de que lo que se dice, no siempre se hace. Es difícil enfrentar la desilusión de la mentira. Y aún más difícil es contar con el reconocimiento de la otra persona, cuando uno les pide que dejen de decir cosas que no van a cumplir. Yo al menos, les doy la libertad de que no me prometan cosas, y que me digan que lo intentarán, para no tener que enfrentar una tras otra desilusión.
Las personas en general, no se dan cuenta de las cosas que realmente quieren. Es por ello que se desgastan diciendo lo que harán. También hay otras que, dominadas por sus dogmas, tienen a seguir un comportamiento que sale mucho de sus naturalidades. Por ejemplo, me refiero a la fidelidad. Un concepto claro, que ha de tener varias opiniones diferentes dependiendo de los valores que uno tenga. Yo creo que hay personas que definitivamente no pueden ser fieles. Es algo de naturaleza, algo más animal quizás, o qué sé yo. Yo, con mis parejas, trato de ser bien franco y flexible al respecto, pues prefiero que bajo un acuerdo se llegue a una “real fidelidad”. Pero bueno, las personas que tienen más de una pareja y andan acostándose con “Pedro, Juan y Diego”, siempre serán mal vistas, bajo el ojo de un puritano. Y ese puritano, si desea llevar una vida de promiscuidad, hará todo lo contrario, presionándose contra su naturaleza, y llevando relaciones que contienen una gran tensión sexual de por medio, perjudicándose a sí mismo, y a la relación en si. Yo preferiría que la honestidad con uno mismo permitiese que esa persona pueda entender que no quiere estar en una relación que dure hasta el infinito, y que entienda que lo que realmente desea no es lo que dice su dogma o sus valores inculcados en la niñez.
Es difícil que una persona que ha llevado toda su vida negándose la realidad, la vea como si nada de un día para otro. Es difícil ser uno mismo cuando se ha escondido la esencia personal por tanto tiempo. E difícil ser honesto cuando uno vive bajo un molde que no lo identifica en su totalidad. El tratar de ajustarse a un tipo de sociedad es algo que no acepto mucho de los demás, más bien me incomoda bastante.
A diario uno ve como la gente va escalando, a base de cinismos y de falsedades, que nadie quiere ver y nadie simplemente ve. Al mundo le gusta estar ciego. Pero para nada se cumple que “el tuerto es rey”. Para nada. Ser tuerto es una tortura. Uno ve como todas las personas siguen modelos falsos y tontos principios sin sentido, solamente para querer pertenecer a algo.
Pertenecer, encajar, ser alguien. Parece que las tribus urbanas, la identidad y con ello, la moda, están en boga hoy en día.
Yo quizás no quiero pertenecer al grupo de gente que tiene grupo. O al conjunto de personas que muere por ser parte de algo. Yo quiero pertenecer a mi mismo, y así mostrar mis colores verdaderos. Nada de hacerme encajar en unos zapatos que ni siquiera me gustan. Ser uno, fiel, original, es un ostracismo autoproclamado, y autoimpuesto que nadie aplaude ni destaca… es más bien la cruz que insta a parecer en vez de, simplemente, ser.
Les cuento, casi como para un diario de vida, que mi vida ha estado en constante cambio desde principio de año. Casualmente llegué de estar viviendo una vida caótica y sin mucha esperanza de cambio, sin ayuda alguna ni socorro semejante; a una situación más controlada y estable cuando a mi madre se le ocurre consultar a un profesional, especializada en rendimiento laboral, para mejorar su desempeño en el trabajo y para cambiar un poco, la tónica que existía desde entonces en esa área.
Para hacer una investigación más acabada, el “profesional” (sicóloga), decidió entrevistar a parte de la familia, para poder integrar un poco las historias que se entrelazan en la vida de mi madre (en realidad, supongo que esa era la intención). Es por ello, que al tiempo de la primera sesión, mi madre, nos pidió, a mí y a mi hermano; asistir a una entrevista con ella. Primero fue mi hermano, y luego yo. Debido a la gran falta de comunicación en la familia, no supe que pasó con esa primera entrevista con mi hermano, así que prácticamente iba a ser inspeccionado y analizado a ciegas.
Recuerdo que la primera vez que me junté con ella, era un viernes en la tarde, después de una semana de clases, por el mes de Abril. También recuerdo, que en ese tiempo no sabía lo que era el descanso ni el cansancio. No sentía cuando debía de parar o cuando necesitaba comer. Tenía una vida más bien, acética/estoica y despojada de muchos placeres. Esa tarde, llegué un poco nervioso, pero con ansias de poder tener cierto desahogo con una sicóloga. Hace tiempo que no había tenido la oportunidad de estar con alguien que pudiese tener la capacidad de entenderte, escucharte y darte ciertas guías para encontrar respuestas. Fue como un oasis el encontrar una luz en el camino. Al momento de la sesión, me sentía, como un corredor cuando llega a la meta, quemando sus últimas calorías, y dando el último impulso antes de caer abatido por la fatiga de un arduo camino.
Cuando llegue, me recibió algo expectante, pues nunca nos habíamos visto antes. Nos saludamos y tomé asiento. Hablamos harto. Creo haber llegado a las cinco o cuatro de la tarde, para luego salir alrededor de las siete o casi ocho de la noche. No recuerdo muy bien de que hablamos, pero si recuerdo el camino que se empezó a entretejer.
Después de esa primera conversación, quedaron varias cosas en el tintero, que volvimos a discutir la semana siguiente. Lo mismo sucedió en la segunda sesión, un poco menos extensa. Así que, las “reuniones” siguieron a una tercera. Luego a una cuarta, y así hasta ahora, que se ha convertido, en algo así, como mi terapeuta.
Es curioso que cuando uno necesita algo, se le presente así tan de repente como si una magia la trajera del más allá. Creo que, con las cosas importantes, siempre me ha sucedido algo parecido.
Y bueno, desde el principio de año, que hemos trabajado, en lo que soy, en lo que hago, en lo que no hago, en lo que quiero y en todo lo que abarque mi personalidad. Ha sido algo interesante, pero muy arduo, cansador y de repente incomodo. No suelo ser una persona que hable mucho sobre sus problemas, y menos que demuestre muchos sentimientos, y menos a un extraño que vengo recién conociendo. Pero este caso fue diferente. No me costó sentirme acogido e invitado a entregar lo que dentro de mí llevo. Ha sido una experiencia realmente mágica, el ver que en el mundo existe gente que no es tan ciega, y que desea ver la realidad.
Es raro (palabra muy usada este año) el ver que las cosas que creemos, son la realidad más correcta. Digo esto, pues he estado acostumbrado a que todo el mundo me diga que estoy equivocado. Muy seguido suelo enfrentarme a personas que, acomodados en esta sociedad del parecer, me dicen que lo que hago no está bien. Que cuando estas triste tienes que llevar una sonrisa en tu cara, cuando estas enojado, no debes expresarlo; cuando piensas diferente debes de ocultarlo, etc. Y para que hablar de los cinismos que a diario uno enfrenta, especialmente cuando alguien necesita un favor de uno o desea cierta aceptación grupal.
Con el tiempo he aprendido a ver ciertas cosas con mayor recepción, pero me ha costado el no molestarme al ver comportamientos falsos en muchas personas que antes solía apreciar mucho. Ver, de repente, que lo que dice la gente no es lo que realmente hacen. Cuando uno opta por ser algo “inocente”, cuesta el darse cuenta de que lo que se dice, no siempre se hace. Es difícil enfrentar la desilusión de la mentira. Y aún más difícil es contar con el reconocimiento de la otra persona, cuando uno les pide que dejen de decir cosas que no van a cumplir. Yo al menos, les doy la libertad de que no me prometan cosas, y que me digan que lo intentarán, para no tener que enfrentar una tras otra desilusión.
Las personas en general, no se dan cuenta de las cosas que realmente quieren. Es por ello que se desgastan diciendo lo que harán. También hay otras que, dominadas por sus dogmas, tienen a seguir un comportamiento que sale mucho de sus naturalidades. Por ejemplo, me refiero a la fidelidad. Un concepto claro, que ha de tener varias opiniones diferentes dependiendo de los valores que uno tenga. Yo creo que hay personas que definitivamente no pueden ser fieles. Es algo de naturaleza, algo más animal quizás, o qué sé yo. Yo, con mis parejas, trato de ser bien franco y flexible al respecto, pues prefiero que bajo un acuerdo se llegue a una “real fidelidad”. Pero bueno, las personas que tienen más de una pareja y andan acostándose con “Pedro, Juan y Diego”, siempre serán mal vistas, bajo el ojo de un puritano. Y ese puritano, si desea llevar una vida de promiscuidad, hará todo lo contrario, presionándose contra su naturaleza, y llevando relaciones que contienen una gran tensión sexual de por medio, perjudicándose a sí mismo, y a la relación en si. Yo preferiría que la honestidad con uno mismo permitiese que esa persona pueda entender que no quiere estar en una relación que dure hasta el infinito, y que entienda que lo que realmente desea no es lo que dice su dogma o sus valores inculcados en la niñez.
Es difícil que una persona que ha llevado toda su vida negándose la realidad, la vea como si nada de un día para otro. Es difícil ser uno mismo cuando se ha escondido la esencia personal por tanto tiempo. E difícil ser honesto cuando uno vive bajo un molde que no lo identifica en su totalidad. El tratar de ajustarse a un tipo de sociedad es algo que no acepto mucho de los demás, más bien me incomoda bastante.
A diario uno ve como la gente va escalando, a base de cinismos y de falsedades, que nadie quiere ver y nadie simplemente ve. Al mundo le gusta estar ciego. Pero para nada se cumple que “el tuerto es rey”. Para nada. Ser tuerto es una tortura. Uno ve como todas las personas siguen modelos falsos y tontos principios sin sentido, solamente para querer pertenecer a algo.
Pertenecer, encajar, ser alguien. Parece que las tribus urbanas, la identidad y con ello, la moda, están en boga hoy en día.
Yo quizás no quiero pertenecer al grupo de gente que tiene grupo. O al conjunto de personas que muere por ser parte de algo. Yo quiero pertenecer a mi mismo, y así mostrar mis colores verdaderos. Nada de hacerme encajar en unos zapatos que ni siquiera me gustan. Ser uno, fiel, original, es un ostracismo autoproclamado, y autoimpuesto que nadie aplaude ni destaca… es más bien la cruz que insta a parecer en vez de, simplemente, ser.
.
.
.
Tuerto, ciego o con los ojos tapados?
2 comentarios:
Vive tu propia vida, sé feliz a tu forma, y no estos dogmas impuestos por una sociedad "políticamente correcta". Sé todo un Enfant terrible.
Llora cuando tengas pena, grita y reclama por la rabia y rie cuando estés feliz, jamás escondas tus sentimientos.
Me encanto tu columna.
pd: ERA el chico del balcón, maestro. ajaja
Muack!
La igualdad es una mentira que intenta ponernos a todos en el mismo mediocre lineamiento... da gracias por que estás escribiendo algo que a algunos nos gusta leer y no estás bailando regeton en la otra esquina... yo valoro a los que aprecian otras cosas, el arte de la tertulia, escuchar a chopin o sencillamente tomarse un tecito, hay cosas que hacen a las personas bien lindas.
Abrazo navideño
Publicar un comentario