
Últimamente he estado leyendo mucho. Buscando respuestas a algo que aún no me pregunto.
Como ya he dicho, estuve leyendo (ya por quinta vez) “La insoportable levedad del ser” de Milan Kundera. También he estado leyendo un libro que destaca por “mágico”. En particular, no lo veo tan espectacular como todo el mundo, pero si me parece interesante su metáfora, ya casi inexistente en la literatura contemporánea. He estado leyendo, el ya clásico, “El Principito” (de Antoine de Sanit-Exupery). Alcancé a llegar sólo hasta la parte en la que conoce al zorro y le pide ser domesticado. Pero de todos modos, anoté frases que me parecen interesantes y dignas de compartir con vosotros.
El principito cuando recién nació la flor: “No era demasiado modesta, ¡pero era tan conmovedora!”
Cuando el principito conoce a la flor, y le da indicaciones de sus necesidades, y en vez de hacerle caso, la escucha atentamente: “Entonces había exagerado su tos (la flor) para inflingirle remordimientos a pesar de todo.
Así, pues, a pesar de la buena voluntad de su amor, pronto había dudado de ella. Se había tomado en serio unas palabras sin importancia, y se había sentido muy desgraciado”. ¿Qué tan seguido la gente nos manipula con sus remordimientos? Es muy común que alguien se haga la victima, se tire al suelo, y diga “pobresit@ de mi” y uno vaya, cual príncipe azul, a socorrer a esta “pobre alma”, que finalmente lanza una bofetada contra las buenas intenciones.
Luego el principito confiesa: “¡Entonces no supe comprender nada! Hubiera debido juzgarla por sus actos y no por sus palabras (ser.vivo: es como lo que mencionaba del decir y hacer, ¿no?). Ella me perfumaba y me iluminaba. ¡Nunca hubiera debido huir! Hubiera debido adivinar su ternura detrás de sus pobres astucias. ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla”.
Principito se va de su planeta: “Y, cuando regó por última vez la flor y se dispuso a ponerla a cubierto bajo el fanal, se sintió con ganas de llorar.
–Adiós –dijo a la flor
Pero ella no le contestó.
–Adiós –volvió a decir.
La flor tosió. Pero no se debía a su catarro. (ser.vivo: que por cierto era falso)
–He sido tonta –le dijo por fin–. Te pido perdón. Procura ser feliz.
Le sorprendió la falta de reproches. Se quedó allí completamente desconcertado, con el fanal en la mano. No comprendía esa apacible dulzura.
–Pues sí, te quiero –le dijo la flor –. Por mi culpa, no llegaste a saberlo. No tiene importancia. Pero tú has sido tan tonto como yo. Procura ser feliz… Deja en paz ese fanal. Ya no lo quiero.
–Pero el viento…
–No estoy tan acatarrada como para eso… Ela aire fresco de la noche me vendrá bien. Soy una flor.
–Pero los animales…
–Tendré que aguantar dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas. Dicen que son tan bonitas… Si no, ¿quién vendrá a visitarme? Tú estarás lejos. En cuanto a las fieras, no tengo ningún miedo. Tengo mis garras.
E ingenuamente mostraba sus cuatro espinas. Luego añadió:
–No te quedes ahí parado, hombre, me pones nerviosa. Has decidido marcharte, pues vete.
Y es que no quería que la viese llorar. Era una flor tan orgullosa…”
Que linda frase esa de: “Tendré que aguantar dos o tres orugas, si quiero conocer las mariposas”. Es como: “No llores porque se oculta el sol, sin atardecer no verás las estrellas”. Una cosa por otra. Es como “aprender con dolor”.
Luego cuando visita al Rey, éste dice algo muy sensato: “Si yo ordenara, si yo ordenara a un general que se transformara en ave acuática, y el general no obedeciera, no tendría él la culpa. La tendría yo”. Es como pedirle peras al olmo. Una filosofía que yo siempre he aplicado a mis relaciones. No pedirle a una pareja, algo que yo sé, no puede dar. Ni esperar algo de alguien, que simplemente no puede generar. Es difícil darse cuenta de esas imposibilidades. Pero cuando uno pasa esa barrera, y logra ver más allá; la frustración se convierte en entendimiento.
Algo que me pareció raro, dentro de la visita de principito a La Tierra, es lo siguiente: “¿Qué vienes a hacer aquí? –pregunta la serpiente.
Tengo problemas con una flor –dijo el principito”.
Y lo último que alcancé a rescatar, cuando ya se me terminaban las ganas de seguir leyendo es:
“–¿Dónde están los hombres? –preguntó con cortesía el principito (a una flor de tres pétalos que se encontraba en medio del desierto).
La flor había visto un día pasar una caravana:
–¿Los hombres? Debe de haber seis o siete. Los vi hace años. Pero nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea. No tienen raíces, y eso los fastidia mucho”. Hombres, plantas sin raíces. ¿Será que perdemos pronto nuestros orígenes?
Continuará?...
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