
No me es muy normal hacer esto de contar abiertamente y con detalle una historia, por eso no sé si resultará del todo bien. Pero intentaré dar una luz con respecto a lo sucedido el pasado 1° de Julio.
Antes, quisiera referirme a eso, a la fecha cuando sucedió. No lo he analizado nada, pero conozco gente que tuvo algo como un “unión” ese día. Habrá sido un día especial? Veamos, 1° de Julio 2009; eso significa 1/07/2009 = 1+7+2+9 = 19 = 1+9 = 10. El diez es uno más cero. Uno es identidad, es uno. Uno es yo, y el diez es el yo con nada más que sí mismo, no? En fin, al parecer la fecha no tiene mucho sentido. Quizás es el cierre del ciclo del 2008 (2+8 = 10).
Volviendo a lo que me sitúa frente a este computador, como dije ya, intentaré extraer todo recuerdo que me quede de esa tarde-noche.
Ese día en la mañana, le envié un mensaje a mi ex, diciendo que lo iría a buscar al trabajo. Decidí hacerlo temprano, para que tuviera oportunidad de estar tan preparado como yo para la ocasión, y no estar en desventaja frente a mí. Ese mensaje lo envié bien temprano, cuando iba en la micro camino a la universidad, alrededor de las 7 de la mañana. Y, ¿cómo es que se me ocurrió enviarle ese mensaje de la noche a la mañana? Pues, con anterioridad, me había respondido un mensaje que envié a un montón de gente. Envié algo así como una “cadena”. Era un videíllo que quería que mis conocidos disfrutaran. Y bueno, él lo respondió y ahí empezó algo como un dialogo y quedamos en juntarnos.
Siguiendo con la historia, ese día hice lo cotidiano sin más. Y a eso de las 14°° suena mi celular con su nombre. Yo estaba recién almorzado, con mis amigos dentro de uno de los edificios de mi universidad. Contesto super distraído y casi sin escuchar, a pesar de que le oía muy bien. Sin intención de ignorarlo, sino que estaba “interrumpiendo” mi momento. Con el llamado algo me dijo que salía a una hora y que no salía a la hora que pensaba… Al final quedamos a las 19°° en la estación de metro que queda junto a su trabajo.
Continuando con mi día, fui a dar mi examen que comenzaba a las 14°°, y sin mucha distracción lo finalicé bien temprano, como a las 15°°. Eso significaba que tenía cuatro horas para esperar la supuesta cita. Sin ansiedad, esperé en los computadores de mi facultad; pero antes de eso, retuve la mayor cantidad de tiempo a mis compañeros que ya no tenían nada más que hacer, como para acortar la brecha entre hacer nada esperando y el encuentro con mi ex.
Como a las 18°° ya no aguanté más en la sala de computadores. Ya había hecho de todo, hasta un texto había escrito. Cuando salí me encontré con un compañero y también intenté sacar provecho de la situación y conversamos un par de minutos solamente pues él tenía clases. Sin más me fui caminando a la cercana estación, con la esperanza de caminar lo suficientemente lento para llegar justo a la hora, o quizás algunos minutos pasados.
Caminando caminando, hacia la estación de encuentro. Sacando fotos por el camino, y viendo los posibles escenarios enmarcables dentro de mi lente, caminaba mirando de un lado a otro, fijándome en cada raro detalle digno de destacar dentro de, la ya, oscura y fría ciudad. Caminé hasta hallar un banco acogedor frente a una comisaría de carabineros. Me senté y saqué a “Narciso y Goldmundo”. Leí con gran distracción esta vez. El frío molestaba, la gente que caminaba frente a mí también me distraía. El poco sudor generado por el roce de la mochila contra mi espalda se congelaba y me incitaba a terminar de leer e irme de ahí. No me abrigué más ni me moví mientras el tiempo no avanzaba. Leía ahí sentado solo, mientras veía a algunos curiosos que alzaban sus ojos en mi dirección. Pasaron las horas y me decidí en marchar, lentamente hacia el punto de encuentro.
Con diez minutos de adelanto llegué. Me puse en el paradero y me apoyé como si estuviese esperando una micro. Escuchaba mientras radio y así el tiempo se me pasó volando. Con un par de minutos de atraso lo llamé. Él estaba cruzando la calle, en su “oficina”. Me dijo que bajaba “al tiro”. Le sugerí esperarlo por su vereda. Crucé bajo tierra la calle, y seguí esperando del otro lado, sin saber por dónde aparecería y deseando que se viese bien.
Rato esperé. No una eternidad, pero tiempo fue. No vi el reloj, estaba pendiente de su llegada y de mi nariz que se derretía con el frío de la noche que ya había llegado.
Sin mucha multitud apareció con un largo abrigo grueso y un bolso en su mano. Abrigado y guapo. Me alegró verle. Le saludé, lo abracé. En ese momento me ausenté. Yo no estaba ahí, solo mi cuerpo seguía los códigos sociales. Terminó el abrazo y volví.
Caminamos, sin rumbo por unos pasos. Él me dijo “a dónde vamos?”, yo respondí “a ninguna parte”. Sugirió invitarme a un restaurant a comer sushi. Lo seguí por una calle principal, y hablamos de lo que él estaba haciendo en su trabajo.
Llegamos al lugar sugerido, elegí donde sentarnos. Un sillón extenso y una mesa pequeña. Luces no muy altas que luego de un tiempo bajaron en intensidad. Pedimos pisco sour y unos pocos rolls, sin mucha hambre de por medio.
El trago llegó, las lenguas se empezaron a soltar.
No recuerdo mucho de qué hablamos, pero sí de lo mucho que nos mirábamos. Hablamos de la familia, de irse a vivir solos, de proyectos de vida, deseos a futuro, de cómo ha pasado el tiempo, de los padres, los hermanos, las responsabilidades, de lo bien que nos sentíamos, de lo poco que queríamos cambiar nuestra condición de solteros.
Con respecto a eso último, después de varios sorbos del trago, él viene y me pregunta, “y cómo está el corazón?” Ni recuerdo lo que le contesté, pero me pareció totalmente audaz su pregunta y algo curiosa. Quizás la respuesta no estaba en mí, pero de todos modos le contesté que estaba bien y tal.
Él me contaba que estaba super bien, y que prefiere estar soltero. Yo no muy convencido de mí, le digo que yo disfruté el estar soltero, pero que ahora lo había meditado de otra forma. Recuerdo que me sentí un tanto desesperado, al ver que me decía que pasaría su vida “pololeando con su trabajo”, pues es eso lo que entendí de lo que me dijo.
En fin, diálogos y más diálogos. Entre cada uno de ellos, después de la segunda copa de sour, veía su mano sobre la mesa, como un tigre mira a su presa entre la yerba. Quería tomársela, hacerla mía. Quería ser más obvio con respecto a mi sentir, y no tan solo dejar las cosas dentro de un coqueteo simplón. Al parecer, el alcohol no fue el suficiente, o la noche no se alargó tanto.
Se acabó el sushi, la segunda copa se vació y decidimos pedir la cuenta. Salimos del local, y caminamos por unas callecillas hasta llegar al centro. Caminamos bastante, durante como veinte minutos o más. En cada parada, lo miraba, con ganas de robarle un beso. No lo hice, a pesar de lo cerca que estuvimos. Caminamos, hablamos y bromeamos hasta llegar al paradero. Quería besarlo, pero simplemente hubiese sido raro en ese momento.
Subimos a la micro, nos sentamos en unos asientos detrás de otros altos. Algo ocultos, como últimos pasajeros, uno junto al otro. La jornada había sido larga y ya era algo así como las 23°°, y el sueño me atraía cada vez más. Como tanteando el terreno, le pasé mi brazo por debajo del suyo, hasta entrelazarlo, y apoyé mi cabeza en su hombro. Sólo quería saber la respuesta ante ello. ni un minuto permanecí así, diciendo que tenía sueño. Me levanté, de su hombro, y repitiendo la frase que alguna vez él me dijera cuando nos besamos por primera vez, le di un beso. Sentí mucho que no había sentido con ningún otro recuerdo. Mi estómago, mis hormonas bailaban dentro de mí. Mis labios repitieron la incursión. Mis manos en su cara, y nuestras lenguas jugando dentro de ese beso que había pertenecido al pasado, hicieron reaparecer la esperanza de que me podría gustar alguien.
Entre abrazos, besos y un par de palabras llegamos hasta mi bajada. Nos despedimos sin saber del próximo encuentro. La despedida podría haber sido para siempre… eso aún no lo sé.
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