martes, 25 de diciembre de 2007

Diciembre 25; 2ºº am



Aprovechando navidad, pude apreciar como esta mi familia. Ahora me pregunto: ¿cómo ha cambiado tanto? Mi madre, ya no es la mala versión de un padre. Ella ahora es la mala versión de una adolescente con el anhelo de ser libre. Mi abuelo, pasó de ser un hombre independiente, con mil vidas fuera de casa, deportista, animado y bromista; a ser un viejo deprimido, derrotado y penoso. Mi “hermano”, sigue siendo el niño hiriente de siempre, que sabe dónde atacar y destruir todas tus defensas. Sigue siendo el mismo fracasado que se enfrasca en situaciones problemáticas, de las que mi madre u otra persona, se encarga de soslayar. La diferencia, es que ahora está peor y aún más cambiante y cínico que antes. Llegó a la “cena” de navidad alegando de por qué nadie le había avisado que el año nuevo no lo pasaremos en Santiago. Que niño más mimado ha sido ese. No ha superado ni siquiera un escollo de la vida, todo lo ha tenido y todo lo ha tomado. Y hablando de tomar, hasta ebrio conduce, después de una fiesta con bar abierto, y nada le sucede. A 80 km/h su “angelito” lo lleva hasta la seguridad de destino. Mi hermano es el clásico “conchesumadre”. Siempre se sale con la suya. Finalizando con los personajes, está mi abuela. Ella, estoica acética, siempre preocupada por todos. Que si comimos bien, si es que tiene frío, sueño u otro mal. Toda preocupación, sea la que sea. Ella es la que cocina todo en cada celebración. No creo que alguien lo valore de verdad; en realidad, todos le reprocharían que dejara de hacerlo.
Mi familia, es especial para ello. No celebrar los sietes, pero alegar por las notas menores. Quizás es exigente, y poco remunerado. Nada bueno como un equilibrio.
Y la autocrítica. Yo, no me comporté muy bien. Simplemente hice como si fuera un día cualquier, hice lo que hago siempre; pero sin esforzarme. No pesqué a mi vieja cuando me hacía preguntas sobre cosas que ella no quería saber. Las típicas preguntas que simplemente se hacen por cortesía. Es cierto que le contesté mal. Pero bueno, nunca me han gustado estas fechas, en las que el cinismo está a flor de piel; en la que los abrazos sobran y la honestidad carece de importancia. La sonrisa es algo obligatorio, y el desvelo una regla de oro. Que pérdida la de hoy. Consumismo, deterioro y cero espíritu navideño.

¿Habrá que cambiar de actitud? Yo creo que sí y que no… o sea, no lo tengo claro.

2 comentarios:

Carlos Ochoa Quezada dijo...

me da paja que hayan días en el año en que no pueda ser honesto y simplemente soslayar a la gente que no me da la gana mostrarle una sonrisa. lo mismo algunas situaciones en especial. es terrible, en estas fechas soy también particularmente reacio a hablar, me hastían las preguntas banales que se hacen en la mesa, pero por otra parte me da un terrible sentimiento de alienación el ver que a los demás parece irles bien en su extroversión holiday-eña y son honestamente felices. mi sobrina de 3 años se rehúsa a saludarme de besos, o de saludarme en absoluto. creo que huele en mí esa abstinencia afectiva. y sí, navidad es de esas fechas donde uno se da cuenta de la mariconería de las personas, o en mi caso, la propia.

saludos.

Daniel depix dijo...

simpre las celebraciones en familia son una obra teatral de principio a fin, nadie pregunta deverdad por cosas importantes,y todos actuan de manera feliz, yo personalmente ya me acostumbre a poner cara de weon alegre pa todas estas fietas,
saludos
cuidece
=)